Creo que ya lo he dicho alguna vez: cuando la ocasión lo merece, lloro en el cine. Un llanto desbordante, de los de moquillo-catarata, acompañado de un quejido hiposo, agudo y entrecortado, que resulta hilarante para el resto de platea.
Con los años, esa habilidad ha ido mutando hasta convertirse en una especie de terapia masoquista. Me explico: he llegado al extremo de volver a ver determinadas pelis porque en ese momento me apetece llorar un ratito. Por nada, para quedarme a gusto.
Incluso tengo una larga lista, clasificada por diversos estilos de llanto.
Continuar leyendo «Peliterapia»
0