Un 11 de septiembre de hace treinta y cinco años, mi amigo Jordi Pagès y yo (que teníamos catorce) empuñamos nuestras senyeres estelades (de las JSAN, creo recordar) y nos despedimos de mi abuela materna, la iaia Isabel, que tomaba el sol como una lagartija en el balcón del piso de mis padres.
-¿Adónde vas, hijo?
-A pedir la independencia, iaia.
Ese día, en el Fossar de les Moreres, gritamos aquello de “Ni Espanya, ni França, Països Catalans”, se quemaron algunos símbolos, hubo mucho follón y corrimos delante de los grises, que debían de haber desayunado poco porque no nos alcanzaron. A la vuelta, me asomé de nuevo al balcón para saludar.
-Ya estoy aquí, iaia.
-¿Qué, hijo? ¿Os la han dado, os la han dado?
De esta anécdota, repito, hace treinta y cinco años. Sí, vale, por pedir que no quede. Mientras, el tiempo va pasando.
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