Humilde y generoso como todos los Grandes con mayúscula, Òscar Dalmau me dijo el otro día en público, durante la presentación de mi última novela, lo mismo que me había dicho el mes pasado en privado, en un restaurante japonés muy pijo al que me invitó a comer: que todos estos años me había estado agradecido porque fui uno de los primeros que le miré a los ojos en nuestra jungla laboral, la que suele mostrarse distante, por no decir cruel, con los que empiezan. Eso de que le sostuve la mirada desde el primer momento seguramente es verdad, porque me gusta hacerlo siempre que hablo con alguien, y es la razón de que me ponga tan nervioso hablar por teléfono (el teléfono no tiene ojos); pero Òscar Dalmau se permitió añadir a continuación que su papel fundamental en El Terrat de radio Barcelona consistía en esperar a que yo terminara el guión para correr a fotocopiarlo. Y eso sí que no. Aquí mintió deliberadamente, de un modo que me atrevería a denominar literario, y supongo que lo hizo con el loable objetivo de engrandecer mi imagen ante los asistentes a la presentación, y que estos corrieran a comprar mi libro.
Le agradezco la intención, pero la triste realidad es que fue exactamente al revés: durante la temporada en la que el futuro genio de La Competència trabajó conmigo, fue él quien lo escribió todo, desde la presentación de los vecinos de la calle Caspe (la Padrina Josefina, Bernardo-Palomino, el Pixador, el iaio Pericu…) hasta la despedida. Yo, que pasaba por una época de escritor maldito a lo Bukowski, llegaba a los estudios de Ràdio Barcelona poco antes de que empezara el programa, y solía hacerlo en un estado lamentable, sin afeitar, con la misma ropa que el día anterior y apestando a alcohol y a sexo sucio y precipitado. «No te preocupes, Pep, el guión ya casi está», me decía Òscar invariablemente, sin dejar de aporrear el teclado como un poseso. No tardaba en poner el punto final y me cedía el sitio frente al ordenador para que Andreu (Andreu Buenafuente), al llegar (al verme pulsar la tecla de «Imprimir»), creyera que yo lo había escrito todo. Luego, Òscar se fue; y fue Marta Alonso quien ocupó su lugar. Y así, siempre. Tal y como lo recuerdo, en los cuatro años en los que fui oficialmente el guionista de El Terrat de radio, sólo llegué a escribir uno, como mucho dos chistes cortos. Y nadie se rió con ellos.
Gracias, Òscar, por haber guardado el secreto todos estos años. Recuerda que, cuando quieras, tu señora y tú estáis invitados a un delicioso pollo a l’ast en Premià.
Ahora sólo me falta admitir que «La niña que hacía hablar a las muñecas» la han escrito mi hija y mi mujer, a cuatro manos, y por fin podré descansar en paz.
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