¡Síííííííí, síííiíííííííí!


Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto a miles de enloquecidos fans de Belén Esteban haciendo cola para que les firme un libro que nadie, ni siquiera los mismos fans, creen en serio que ha escrito ella. He visto a la autora de una opera prima jactarse en voz alta (pero muy, muy alta) de los miiiiles de compradores que tenía su novela. He visto a ex-showmans de televisión confundir la parada de firmas con su ex-plató. Y todo eso lo viví en mis propias carnes durante la Diada de Sant Jordi.

A la mañana siguiente, convulsionado por tantas emociones, me levanté con la idea de una novela. Tendría poco más de un centenar de páginas, estaría escrita en mi idioma materno, el catalán, se titularía «Síííííí, síííííííí! Xiuxiueja’m què vols que et faci» (Susúrrame qué quieres que te haga), y contaría la relación sado-maso entre un alto cargo del PP (o de Ciutadans) y una joven de clase media independendista que se llamaría Laia o Núria. Por supuesto, él sería muy guapo, además de bien vestido, y sería suscriptor de La Razón; y ella, al conocerle por primera vez, mostraría un comportamiento tímido, con pensamientos tipo: «Dios, no me lo imaginaba así. Es facha, el cabrón, pero qué guapo, listo y viril es. En su presencia me siento atontada, como aquella vez que un mosso me arreó con la porra en la nuca por quemar una senyera rojigualda».

Vale, sí: es obvio que sería una mierda, sin apenas argumento y con muchos polvo light para no herir la susceptibilidad de las lectoras marujas (por eso la publicaría bajo seudónimo: Lady Agatha Güell), pero la gracia es que la escribiría en tres semanas, ni un día más, superando los 27 días que tardé en escribir, en su momento, «El bajel de las vaginas voraginosas». Luego, se trataría de que una editorial cualquiera la publicara antes del hipotético referéndum de Catalunya del 9 de noviembre. El doble sentido del título («Sííííí, síííííí!») provocaría cierta gracia entre partidarios y no partidarios,  gancho imprescindible para que hablaran del libro en los medios de comunicación; la gente empezaría a comentar el tema  del libro incluso antes de haberlo leído, originando un efecto bola de nieve parecido al de «Ocho apellidos vascos» (Borja y compañía son unos un cracks, tengo que verla algún día); y ya sólo faltaría el toque de gracia: por Sant Jordi, contratar a una prostituta de lujo de metro noventa, cuerpo de vértigo y vestido de leopardo muy ceñido para que deambulara por todas las paradas haciéndose pasar por la autora revelación del año, Lady Agatha Güell. Las productoras se hostiarían por hacerse con los derechos cinematográficos.

Ha pasado un tiempo y sigo pensando que sería mi libro de más éxito. Dicho esto, sigo trabajando en la segunda parte de «La niña que hacía hablar a las muñecas.»

Será que con los años me vuelvo previsible.

 

 

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