Momento


«Le dio la vuelta muy despacio.
El hombre tenía los ojos abiertos y parecía mirarla fijamente. Dos años, dos meses y siete días después, de pie frente al cura
que estaba casándola, Catarina recordaría cada detalle de aquel momento extraordinario, cuando semidesnuda, herida y empapada sobre una roca en medio del océano, a la sombra de la estatua ecuestre del general José Francisco de San Martín, contempló por primera vez el rostro del que sería su segundo esposo y pensó que era el hombre más guapo al que había visto nunca.

«Qué joven es», fue lo primero que le vino a la mente.

Al contrario que Catarina, debía de estar más cerca de los veinte que de la treintena.Todo en él irradiaba fortaleza: el cuello ancho de buey, los brazos y el pecho musculosos, las manos rudas, enormes, manos de trabajador, encallecidas. Llevaba una tenue barba de un par de días que apenas le ensombrecía las facciones.Tenía las cejas demasiado pobladas, los ojos demasiado chicos y la nariz demasiado grande y torcida, de boxeador. Las orejas terminaban en punta, como las de un can de presa. Sus labios, grandes y carnosos, simplemente no encajaban; era una boca de mujer, de furcia voluptuosa, incrustada bajo las napias de un bruto.
Y, sin embargo, nada más verle, Catarina se quedó sin aliento.
Sintió que una zarpa invisible hurgaba de pronto en sus entrañas dejándola completamente vacía, hecha una vaina, un despojo, la piel mudada de un reptil.»
(Uno de los momentos clave de «La niña que hacía hablar a las muñecas». Por el encuentro de sus protas y por la cita descarada a Gabo)

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