Mi amigo Francesc Montserrat, alias El Quico, alias Kikolotszi, alias “Y Johnson lo sabía”, acaba de cumplir 50, y es tan generoso (va con el carné de amigo) que fue él quien nos hizo un regalo. “Nos”, digo. A los selectos miembros del club que fundó él mismo hace la tira de años, el club de sus seguidores incondicionales, comenzando por Xavi, ese tímido Sancho Panza en sus correrías por la vida desde que eran críos.
Así que el Quico nos reúne ayer para cenar, y de entrada se arriesga un huevo porque A) la mayoría ni nos conocemos; y B) como noblesse obligue tratándose de Amigos-Amigos (Amigos pata negra, joder, criados con bellota), somos tan pocos que cabemos en un alfiler, como diría la guardia urbana, o alrededor de una mesa, según los manifestantes. Y, como siempre, el cabrón se sale con la suya, con su regalo colectivo, porque antes de los postres ya nos conocemos como si lleváramos desde párvulos hablando de lo bien que escribe Manuel Rivas en gallego, de la madre que parió o no al burka y de ese esclavo liberto mexicano que acabó en una isla con siete mujeres y no se le ocurrió otra cosa al gilipollas que proclamarse emperador, qué mala es la testosterona mal canalizada.
Total, que llegan los postres, el mejor gintónic del mundo (el de Toffees, espacio patrocinado) y el inevitable brindis con panegírico de cada uno al anfitrión. Y antes de darnos cuenta ya estamos todos con los ojitos de pelar cebolla y el corazón hinchado. Pero no hinchado artificialmente, rollo Mickey Rourke, sino hinchado de emoción. Es lo que tiene tener un amigo tan cómplice de su querida África, tan buen jugador de baloncesto, tan buen cantante del limón limonero, tan ex-motero y tan buen padrino de boda como Quico: a la que te descuidas, crea un clima que te obliga a ser mejor persona en un intento de parecerte, un poquito, a él.
Felicitats, germà. Saps que t’estimo.
PD: Y mañana cumple los 50 mi otra hermana: la chica de la foto. Nada, a preparar la segunda parte. ¡Vaya semanita!
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