- Los personajes. Siempre comparo una novela con el ajedrez: no puede haber piezas que ejecuten el mismo movimiento o la partida no chuta. En la novela de Sílvia Tarragó los roles de los personajes, lo que les impulsa a actuar y sus conflictos están meditados al milímetro. A la luz se opone siempre su sombra. Hay un doctor Artigas como contraste a Manuel.
- Las tramas. Dejad que lo diga claramente: hay novelas románticas tan empalagosas y con tan poca chicha que deberían estar prohibidas por sanidad, por respeto a la salud mental de los lectores y lectoras. En «El tiempo de la luz» nunca pasa eso, porque la historia de amor principal sólo es el tronco del que van surgiendo otras historias.
- Escenarios fascinantes. Empezando por la Avenida de la luz, del título; pero también la Casita Blanca, el Liceu la noche en que debutó Josep Carreras o el Bellamar de Premià.
- Un riguroso trabajo de documentación que va desde hechos históricos a los pequeños detalles (para mí los más importantes) . Por citar un ejemplo, esa cita de los Mad Men españoles de la época: «No se pinte los labios. Avívelos con Marilú de Pimpinela». Eso contribuye a hacer creíble un paseo histórico de medio siglo, desde 1940 al epílogo de 1990. Y en el que la actitud de los personajes también está «documentada» (como la mentalidad machista de todas las mujeres, a excepción de Lorelei… y porque viene de fuera)
- El ritmo. Cuando conviene, la escritura es pausada, reflejando el ritmo de una época anterior a twitter. Como cuando Rosita y Coral pasean por las Ramblas. Pero si hay que acelerar el ritmo en una escena en la que alguien es tiroteado, la autora se arremanga y lo hace sin que le tiemble el pulso.
- Recursos narrativos. Ligado con el anterior. Pero no sólo hay un dominio del ritmo. También hay giros sorprendentes en esta novela, como cuando resurgen personajes del pasado. O momentos en los que el lector es el único testigo de que alguien ha sido acusado injustamente de un asesinato. O ese recurso (tan querido por los guionistas de series) del cliffhanger, en este caso acabando en alto muchos capítulos para obligarnos a seguir leyendo.
- Coral sí, pero… En mis clases de novela en l’Escola d’Escriptura de l’Ateneu suelo pelearme con alumnos que no entienden este concepto: una novela puede ser coral, pero al menos tiene que haber un héroe con el que identificarse. En El señor de los anillos sale mucha peña, y la mayoría hace cosas heroicas… pero de héroe real (en el que volcamos toda nuestra empatía) sólo hay uno: Frodo. Sílvia Tarragó tiene esa lección bien aprendida, y aunque en su novela hay un montón de personajes, desde el principio queda claro por quién apuesta: Julia.
- Camaleonismo estilístico. Que es una forma súper complicada de decir «bien escrita». Cuando el estilo tiene que ser poético, lo es («En ese ámbito robado a la oscuridad se había abierto un paréntesis en el que el ayer confluía y el mañana había dejado de existir»); y cuando el cuerpo del lector le pide marcha, no se corta («De un manotazo le desgarró las bragas, la apoyó contra la pared y la penetró»).
- El humor. No hay mucho, y quizás no muy evidente, pero el que hay provoca una sonrisa. A mí, al menos, me hace mucha gracia que todo un Almirante de la marina se quede tieso viendo Blancanieves.
- Conozco a Sílvia, me cae muy bien y, además, también le gustó mi último libro. Así que vamos uno a uno.