Año 1990. Dirijo el programa “Va de cine” de TVE en Catalunya. Estoy en la Mostra de cine de Venecia. Soy uno de los privilegiados que asisten a la prémiere mundial de “Goodfellas” (“Uno de los nuestros”) y salgo adorando a Scorsese para el resto de mi vida (podré perdonarle, incluso, que veintidós años después ruede “Hugo”). Ray Liotta asiste al festival, pero no concede entrevistas. Al día siguiente salgo con mi equipo a rodar planos de la ciudad, como recurso. Lo típico y lo tópico: gondoleros a contraluz, palomas en la Piazza de San Marco, toda esa mierda que después, con un montaje guay, parece un video-clip.
Cuando llevamos diez minutos, me doy la vuelta y ahí está Ray Liotta. Viene andando directo hacia nosotros, con una camisa de manga corta y unas gafas de sol, como si fuera cualquier guiri despistado buscando el Puente de los Suspiros. No tengo tiempo de pensármelo. Le digo al cámara: ¡Deprisa, graba esto!
Corro hacia el actor. Él se detiene, asustado. Me planto delante de él, abro la boca.
Y entonces, de pronto, recuerdo que no sé inglés. Y no lo digo por modestia. En 1990 mi conocimiento de la lengua inglesa era casi nulo, digno de un ligón de suecas secundario en una de Pajares y Esteso.
Total, que al instante me quedo completamente empapado de sudor.
El mundo se detiene.
Ray Liotta me mira sin comprender nada.
-Cuando quieras, Pep -murmura el cámara a mi espalda, creyendo, tal vez, que espero una indicación suya para empezar.
Sé que tengo que decir algo, ya, o voy a perder la entrevista, la exclusiva de mi vida. Una de esas oportunidades que se dan una vez entre un millón.
Tomo aire por la nariz y digo, textualmente:
-Míster Liotta. Your character, please?
Y ya está. Me callo y le sostengo la mirada.
Milagrosamente, él comprende lo que trato de preguntar, se apiada de mí, supongo, y me responde durante más de tres minutos. Me habla de su personaje, de lo que le moló interpretarlo, del placer de trabajar con Scorsese.
Por supuesto, yo no entiendo ni una puñetera palabra de lo que me está diciendo. Rezo para que no me esté insultando, para que no me diga: “Escúchame bien, capullo descerebrado. Si tú y yo acabáramos solos en una isla desierta, antes le concedería una entrevista a un puto coco podrido que a ti.”
Termina de hablar y me sonríe.
Yo digo “Thank you very much”, muy mal pronunciado. Él dice “you’re welcome” y se va.
Pasan tres días y la entrevista sirve para abrir el programa especial dedicado a la Mostra.
Me llama el director de informativos y me felicita.
Fin.
Es una de las anécdotas que recuerdo con más cariño de mi época del “Va de cine”. La otra es la de mi charla con Sam Fuller.
De hecho, en esa hago todavía más el ridículo.
Prometo contarla algún día.
0