El siguiente diálogo no está basado en hechos reales. Es real.
-Hoy he conocido a una de mis mejores amigas.
-¿Y cómo se llama?
-Eeee… No sé, no me acuerdo.
Que esto lo diga Alba, con doce años, tiene un pase. Está en esa edad tonta en la que los “amigos” lo son todo. Por suerte, es fácil coleccionarlos. Basta con encontrar a alguien a quien le guste el mismo grupo musical o que odie al mismo profe o (y aquí quería realmente ir a parar) que constantemente te haga la pelota: tía, qué graciosa eres, qué happy estar contigo, hagamos un juramento de sangre, tía, nunca nos separaremos.
A todos nos ha pasado.
Luego la vida ha subido su montaña y hemos ido madurando y conociendo a amigos de verdad, sin las comillas. En mi caso son amigos con los que no necesito irme a tomar un café para saber que lo son. Que no necesito que me doren la píldora constantemente, que me digan lo guapo que soy, que mi polla es la más grande. Son amigos porque están al día de mi vida, porque leen lo que les paso, porque a veces me dicen “Cojonudo” y a veces “Vaya mierda, Pep. Puedes hacerlo mejor”. Son amigos porque siempre están ahí sin pedir nada a cambio, porque siempre me apetece verlos, porque sé que nunca me harán daño.
Me sobran dedos para contarlos, y me siento muy afortunado de eso. Los otros “amigos”, los de los cuentos de hadas de la adolescencia, ni idea de qué fue de ellos. Se la estarán chupando a otro.
0