Once y treinta y cinco de la mañana. Acabo de escribir el titular, “Ideas para la reunión de mañana”, cuando plas: se va la luz. Bah, será un momento, pienso.
Doce y diez. Llamo a la compañía. Me garantizan que antes de 90 minutos estará solucionado.
Doce cincuenta. Decido bajar a la calle a buscar el periódico. La escalera está completamente a oscuras, pero como ya he cerrado la puerta y me da pereza volver a entrar a por una linterna, hago aquello tan masculino (léase gilipollas) de decirme a mí mismo: bah, ya encontraré el camino. Tardo más de diez minutos en llegar abajo, lleno de moratones por todo el cuerpo y sudor en las palmas de las manos. El retorno es aún peor, pero al menos tengo un periódico enrollado para usarlo como bastón.
Una y cuarto. Tengo hambre y no puedo cocinar (en casa es todo eléctrico). El instinto de supervivencia me ilumina: ¡Puedo hacerme un sandwich! El chiste viene a continuación: pongo las dos rebanadas de pan en la tostadora y me la quedo mirando boquiabierto cuando veo que no funciona. ¿Qué demonios le ocurre? ¿Por qué no calienta?
Cuatro cuarenta y cinco. Basta. No puedo más. Tengo los ojos inyectados en sangre, estoy al límite del colapso. Voy a hacerlo. ¡Volveré a llamar a la compañía para expresar mi sincera disconformidad! Llamo y la operaria parece sorprendida:
-Uy, pues según el informe del técnico de la zona, hace más de tres horas que está subsanado el problema.
Yo cuento hasta diez mentalmente, y después le expreso lo que pienso, que seguro que su técnico es una excelente persona, pero que estoy sin luz todo el día, y que intente comprender que sin luz no puedo usar el ordenador, si no uso el ordenador no fabrico ideas para la reunión de mañana, sin ideas es posible que me despidan, tarde o temprano no podré pagar la hipoteca, acabaré alcoholizado y durmiendo bajo un puente, seré atacado por pandilleros y mordido por un ejército de ratas que entre mordisco y mordisco reirán con una risa chillona y malvada terminada en “i”, sobreviviré milagrosamente pero, de rebote, pillaré una extraña enfermedad infecciosa que ni House será capaz de diagnosticar, me convertiré en un monstruo peludo de ojos fosforescentes, y entonces, por fin, treparé hasta la ventana del puto técnico de los cojones que ha dicho que todo estaba bien, le arrancaré el corazón de un zarpazo y me lo comeré a mordiscos.
Hay una pequeña pausa.
Al otro lado del hilo telefónico oigo respirar a la operaria de la compañía.
-Tome nota del número de su reclamación -murmura finalmente.
Diez minutos después vuelve la luz.
Es lo que dice mi psicóloga: lo mejor es tener siempre un comportamiento asertivo.
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