Palabras


¿Una imagen vale más que mil palabras?

Depende.

Me encantan las imágenes. Los libros de ilustraciones. Las viñetas sin bocadillos. Las pelis mudas. Los largos plano-secuencia sin diálogo.

Pero disfruto enormemente (tal vez más) cuando un amigo me cuenta algo con todo detalle. Cualquier cosa. Una anécdota de su niñez, un pasaje que le ha impresionado de la biografía de Buster Keaton que acaba de leer, una opinión, un sentimiento, una crisis, un deseo, un subidón. Yo creo que eso nos hace humanos (los boquerones raramente se detienen a charlar).

Preguntarle a alguien por su hija y que nos muestre sus fotos más recientes en el móvil está muy bien, pero el pase debería completarse con un texto, una voz apasionada que contara los alaridos que pegaba la pequeña en la montaña rusa o las carcajadas que lanzó cuando ese señor con bigote pisó una caca y se puso hecho una fiera.

La inmediatez de Twitter es perfecta para según qué, pero la especie humana, por ADN, lleva siglos nutriéndose de historias. Y las historias necesitan su planteamiento, nudo y desenlace, sus amigos en torno a una mesa, su vaso de vino y su tiempo detenido, sin límite de espacios.

Hay un momento para todo. O debería haberlo.

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