Voy a la presentación de “Lo que me queda por vivir”, de Elvira Lindo, en Barcelona. Séptima edición en poco tiempo. Un respeto.
Llego cuarenta minutos antes para pillar sitio y me dedico a empezar el libro, que no he podido leer antes. A la mitad del segundo capítulo ya me tiene rendido a los pies de su protagonista, Antonia, tan neurótica, tan madre, tan infectada de literaturosis. Luego, durante la presentación, me rindo también a los de la autora. Sobre todo cuando confiesa, graciosamente, que está aprendiendo a no flagelarse en público. “Los que me quieren me hicieron observar que en este país los escritores suelen decir cosas buenísimas de ellos mismos. Dicen: “Mi novela es faulkneriana”. Y funciona, porque luego la gente define el libro con este adjetivo. Yo no puedo llegar a tanto, pero al menos últimamente me esfuerzo por no divulgar mis defectos.”
No está mal: en poco más de una hora acabo identificándome con dos mujeres que no conocía, una real y otra de ficción.
Cualquier día tendré que mirármelo.
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