Como todos, el oficio de guionista tiene su lado bueno y algunos que no tanto. Te duelen menos los riñones que si hicieras de picapedrero, por ejemplo. Pero, a cambio, muchos de tus esfuerzos no sirven para nada. Mi padre era carpintero, y puedo dar fe que la inmensa mayoría de las sillas que le encargaban acababan sosteniendo el culo de alguien. Con los guiones no ocurre lo mismo. Que lleguen a ver la luz depende de un sinfín de cosas, no siempre relacionadas con que tu trabajo esté bien o mal. Puede que te hayas pasado del presupuesto. Puede que a la cadena le hayan presentado otro proyecto que les mola más. Puede que la persona que te lo encargó ya no sea jefe. Puede que haya cambiado de opinión y en vez del spaguetti western que te encargó ahora prefiera un musical de dibujos animados ambientado en el futuro. Puede, incluso, que hayas escrito un guión realmente espantoso, y que dentro de diez años, al releerlo, agradezcas que muriera por el camino.
Tengo un armario trastero lleno de proyectos inéditos realizados por encargo. Y no es una metáfora. Hay guiones de largometrajes, obras de teatro, proyectos de sit-coms en catalán, en castellano, biblias de series, telemovies, guiones de episodios. Docenas de power points con formatos de programa de todos los estilos. Podría llenarse un canal entero con todos estos desperdicios.
Hoy, no sé por qué, me he acordado de uno de mis favoritos. Quizá porque es, también, el más excéntrico: “Mr.Climate”. Un simulador virtual sobre el clima destinado a la Expo de Shangai. Lo escribí hace un par de años, lleno de ilusión. La misma que sigo poniendo cada vez que me encargan algo nuevo, que me dejo “embarazar”. No, si al final va a ser cierto que la auténtica meta es el viaje.
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