Hoy en día se usa tan a menudo esta expresión, y de un modo tan poco reflexivo, que casi ha perdido todo su significado. Da la impresión que cualquiera, en cualquier momento, puede hacer una obra maestra. Y no es así, o no debería serlo. Hay buenas, grandes, grandiosas obras que, sin embargo, no llegan a alcanzar la cima. Porque les falta algo o, simplemente, porque su autor no ha conseguido superarse a sí mismo. No es el caso de “Pinocchio”, la maravilla que acabo de descubrir gracias a Alba, la otra friki de la familia. Su autor es Winhluss (seudónimo que oculta a Vincent Paronnaud, el tipo que codirigió la famosa “Persépolis” con Marjane Satrapi) y es una delirante mezcla de mundos y de estilos (parece dibujado por una docena de artistas distintos) al tiempo que una lección de cómo narrar a través de la imagen que, al menos a mí, me ha dejado sin aliento. “¿Qué tal el comic, papa?” , me ha preguntado Alba al ver que terminaba de leerlo y me quedaba mudo, con cara de tonto y mirando al vacío. “Una obra maestra”, ha sido mi lacónica respuesta. Por una vez, no exageraba.
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