Musas y celos


Mi mujer se mosquea cuando le cuento a todo el mundo menos a ella de qué va mi próxima novela. No, mosquearse no sería la expresión. Se pone celosa. Es lo que tienen las musas: salen de fábrica posesivas y siempre quieren más. 

Yo supongo que siempre se escribe para gustar a alguien. A uno mismo, a un lector imaginario, al editor que te ha hecho el encargo. Lo que a mí me empuja a escribir es imaginarme la reacción de Nana cuando lea por primera vez aquello que estoy escribiendo. Podríamos decir que, en el momento de casarnos, Nana firmó un contrato de pluriempleo. Además de compartir hija, colchón y achaques de la edad conmigo, es mi Lectora, mi Editora, mi Crítica. ¿Cómo pretende que, además, le cuente lo que aún no he escrito? Sería como anticipar al público el argumento de un chiste. La gracia está en contarlo bien contado, con sus silencios de Eugenio o sus aspavientos de Chiquito.

He hecho previsiones. Al ritmo actual, puedo haber terminado el proyecto dentro de unos cuatro años (será una novela larga, la más larga que he escrito). Así que, Nana, lo siento pero toca armarse de paciencia.

Al resto, ya os iré contando.

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