Nací durante una nevada.
A los cuatro años ya leía tebeos. Al principio de Pumby El gatito Feliz, Luego el Din-Dan, Tío Vivo, Pulgarcito, DDT, Mortadelo, Asterix, Lucky Luke, Iznogud, Blueberry… Y Tintín, por supuesto.
Era un crío más bien solitario. Dibujaba y jugaba con mis Madelman. Era feliz así.
A los cinco me escapé de casa, robé un tebeo del quiosco que había en el Camí Ral de Premià de Mar, me escondí en una granja y me quedé dormido entre unas tomateras. Me encontró un guardia civil.
A los seis mi hermana, mi Tusa, me dio un susto de muerte con la dentadura postiza de la abuela Sión.
A los siete me negué a ir al cole de las monjas si no dejaban que me acompañara mi perro Bravo. ¡Y ellas accedieron!
A los ocho hice la comunión con una corbata falsa, de esas que se ponían con una gomita, y al día siguiente mi madre me dejó poner pantalón largo por primera vez.
Luego (seguro que usted sabe de lo que le hablo) todo empezó a ir más deprisa.
En La Salle jugué tres partidos como portero y me dejé marcar un gol ridículo.
En el Instituto comencé a fumar y di los primeros morreos, convencido de que ambas cosas iban estrechamente relacionadas.
Corrí dos o tres veces delante de los grises.
Lo hice dos o tres veces a escondidas. En el coche. En el lavabo de un parking. Hasta en el despacho de mis padres.
Me libré de la mili por inútil total.
El poeta Valerià Pujol me metió en el Grupo Literario La Font del Cargol y publiqué mi primer libro de poesía.
Me casé, me separé, me escondí seis meses en Barcelona y volví a Premià. Conocí a mi mujer. Tuve a mi hija.
Engordé. Dejé de fumar. Me apunté a un gimnasio. Adelgacé. Tuve una crisis de ansiedad. La superé. He tenido momentos buenos y malos, como todo el mundo.
¡Ah, me olvidaba! Y lloro mucho. Lloré después del parto de mi niña y lloro viendo pelis y leyendo libros y a veces hasta lloro sin motivo, por llorar. Y río todavía más. Río por las cosas más tontas y por las más listas. Lloro y río. Me gusta ser contradictorio.
He viajado, sí, aunque muy poco, mucho menos de lo que viajan mis sobrinas y ni una milésima parte de lo que viajará Alba. Al menos físicamente. Porque con la imaginación he vivido en una choza de nativos en Ilhabela, en una mansión de lujo en el París de los años 20 y hasta en una nave del planeta Xaitannia.
En fin.
Soy calvo. Llevo gafas. Me gustan los zapatos.
He cumplido los cincuenta y conservo unos pocos amigos a los que sigo amando.
No puedo decir lo mismo de todos los trabajos que he tenido.
Ese soy yo, por si algún día decide contratarme.
No lo haga por quedar bien, sólo si cree que me necesita.
Atentamente,
Pep.
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