Este blog va a ser largo, casi eterno, así que si no tienes cinco minutos libres o te da pereza leer, vuelve otro día. ¿Ya? ¿Seguro? Bien, pues tiro.
PRÓLOGO
Estos días me he sentido como un personaje de Paul Auster, lo cual siempre es estimulante. Lo que me gusta de Auster es lo mismo que sería un grave defecto en manos de otro escritor menos hábil: la desfachatez con que echa mano siempre que le apetece del comodín “Azar”. Parece que, de algún modo, todos sus personajes están condenados a tener algo en común. Si Auster escribiera una novela con dos protagonistas, un esquimal y un bosquimano, hacia la mitad descubriríamos que eran primos o que una vez se habían sentado juntos en un cine de Segovia. Seguro.
Vale: ahí va mi historia.
CAPÍTULO 1
El lunes 21 de marzo se termina mi contrato de permanencia con Vodafone. Al día siguiente recibo una llamada de Movistar. Me hacen una oferta y (todo el mundo tiene un mal momento) la acepto. Ese mismo día publico el blog titulado “El móvil”, donde bromeo con que voy a seguir 18 meses más sin pertenecer al mundo civilizado, porque en Movistar no me han ofertado el vellocinio de oro, es decir, el dichoso Iphone.
A partir de aquí la historia da un giro inesperado.
Recibo un correo electrónico de P, un lector habitual de este blog. P (que no quiere que revele su identidad, por eso lo llamo P y no Pedro, o Paco o Perceval Le Galois o cualquier otro nombre que sea realmente el suyo) dice que quiere regalarme un Iphone.
Quiero aclarar que en ese punto de la historia yo no conozco personalmente a P. Solo nos hemos comunicado tres o cuatro veces por correo electrónico. La primera vez, P me escribió para decirme que uno de mis blogs no le había gustado nada y que iba a darse de baja si no rectificaba. Yo (que había desayunado mal) le dije que lo sentía, pero que nanai. Total, que comenzamos con mal rollo.
CAPÍTULO 2
Pasan unos meses y recibo un nuevo correo de P. Finalmente no ha cancelado su suscripción al blog y, al parecer, lo pasa bien leyéndome. Quiere pedirme un favor: ha escrito un cuento y me pide consejo. Como todo el mundo, soy una persona tremendamente ocupada, pero por alguna razón (el instinto o la música del azar que guía a los personajes de Auster), encuentro un hueco, leo el cuento (por cierto, acompañado de una magnífica ilustración de la mujer de P, a la que llamaremos M de P) y le doy cuatro consejos. P los lee, le gustan, escribe una nueva versión del cuento, me la envía, yo le digo: De collons, nen, vas bé. Y punto. Perdemos el contacto hasta que P insiste en regalarme un Iphone.
CAPÍTULO 3
Mi mujer, a la que llamaremos N, salta al instante: “¿Te has vuelto loco, churri? “(N nunca me llama Churri, esto es solo una licencia literaria para amenizar el blog) “Es evidente que ese tío es un psicópata. Quedaréis, te meterá en el maletero de su coche, te llevará a un sótano y se comerá tu hígado a lo vivo o algo peor.”
A mí no se me ocurre nada mucho peor que un psicópata devorándote el hígado a lo vivo, pero no se lo digo para no iniciar una discusión delante de nuestra hija, a la que llamaremos A. En vez de esto le digo: “Vale, tienes razón, tocinito de cielo (otra licencia literaria). Le diré a P que gracias pero que no puedo aceptarlo.”
Cinco minutos después quedo con P en Premià. Yo llevaré unos libros míos y él el Iphone. Pero no lo hago por el juguetito electrónico, en serio. La historia (la historia que os estoy contando) empieza a fascinarme, necesito saber cómo termina.
Quedamos el miércoles 30 de marzo en una cafetería de la Gran Via de Premià, L’Ànec Groc, a la que llamaremos L’À.G.
CAPÍTULO 4
Dos días antes, el lunes 28, llaman de Movistar: ha surgido un problemilla y no les han llegado los terminales. Todo el proceso, me dicen, sufrirá un leve retraso. Gilipollas por naturaleza, les digo que no pasa nada, todos somos humanos.
Dos días después, un poco antes de las 16:30, llego a L’À.G. y P. ya está esperando. Conectamos enseguida. En poco más de una hora nos tomamos un par de cafés y nos contamos nuestras vidas. Él me da el Iphone y yo unos cuantos libros míos descatalogados, así que uno de los dos sale perdiendo un poquito con el cambio.
Llego a casa y mi mujer, al ver el Iphone, intenta meterme en el maletero, llevarme a un sótano y comerse mi hígado a lo vivo, pero al final le da pereza levantarse del sofá y acaba perdonándome (nos seguimos queriendo después de tanto tiempo, ¿no es bonito esto?).
Y ahora viene lo mejor: cuando la historia parece haber llegado a su final, de pronto se oye un “pip” y de un modo brusco y tan discreto como vino al mundo, mi anciano móvil Vodafone muere. Y no solo el mío: también el de mi mujer.
Llamo al 1004 y me dicen que lo sienten en el alma (casi me dan pena, se nota por su timbre de voz que están a punto de echarse a llorar), pero que no pueden mandarnos los nuevos terminales hasta el lunes 4 de abril. La única solución de emergencia es que vaya a una tienda de Movistar, pida un duplicado de la tarjeta sim y la inserte en un terminal de Movistar que tenga a mano.
Dos horas antes, yo no tenía a mano ningún terminal de Movistar. Pero el azar quiso que quedara con P y que P insistiera en regalarme el súper chisme, al que llamaremos I. Así que si yo no hubiera desobedecido a N (mi mujer), y no hubiera quedado con P en L’À.G, aceptando el I, habríamos tenido que sobrevivir CINCO DÍAS sin móvil. Algo impensable en nuestros días.
Y hasta aquí la historia. Mi infinito agradecimiento a P, por su don de la oportunidad. Y también al servicio de atención al cliente de Movistar, por la simpatía y eficacia con las que ha respondido a nuestras quejas. Por contrato nos quedan 18 meses de matrimonio. Desde este momento pido ya el divorcio y tengo sueños lúbricos con otras compañías más serias.
PD: Por cierto: P no se parece en nada al otro P, el de la foto. Ya hubiera sido demasiado.
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