Qué imprevisible es el ser humano. Llevo medio siglo afirmando que aborrezco hacer de profe, y ayer arranco mi curso sobre el sketch en l’Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès y no sólo no tienen que practicarme un exorcismo para calmarme sino que, incluso, disfruto como un enano (expresión que nunca he terminado de comprender, ni siquiera leyendo a George R.R.Martin).
Las dos horas de la primera clase me pasan en un plis-plas hablando de las diferencias entre chiste, gag, running gag, gag visual, sketch… Todo eso.
Pero la gracia es que antes de soltar el rollo a mis alumnos les he dicho que piensen propuestas a medida para distintos personajes: desde Batman a El Padrino, pasando por Hitler.
Es decir: desde el primer momento les he obligado a trabajar sobre presión. Si no, ¿de qué narices sirve un curso sobre el sketch? ¡En el mundo real nunca tendrán un mes para escribirlo!
Al mismo tiempo que sucede eso, mi hija Alba también se encuentra en Barcelona. Participa en el concurso de redacción de la Coca-Cola. Yo creía que ya no se hacía, pero resulta que sí: van por la edición 36. No sé en cuál participé yo. Probablemente en la primera.
ENTRA MÚSICA DE ARPAS Y EFECTO DE FLASH-BACK.
Un señor muy serio con pinta de forense abre un sobre lacrado y pronuncia en voz grave el tema sobre el que tenemos que escribir: “La vivienda”. Tenemos una hora.
Yo me quedo en blanco delante del papel en ídem. Unos cinco minutos. No estoy acostumbrado a escribir rodeado de tanta gente. De pronto, me viene un fogonazo y me da por contar que en el mundo no quedan terrenos para construir, y que un señor propone empezar a edificar en el fondo del mar. Lo toman por loco, y él, muy triste, se dirige a la playa, se desnuda y se zambulle en las negras aguas de una noche sin luna. ¿Suicidio? No. El pavo sigue respirando, porque tiene branquias, y aletea hasta la ciudad subterránea donde vive. La Atlántida.
Resumiendo: escribo una frikada más digna de un comic de Stan Lee que de un concurso serio. Acabo de entregarla y ya sé que no tiene la más mínima posibilidad de ganar. Milagrosamente quedo tercero de Catalunya y me dan una cámara Kodak. Y gracias.
FINAL DEL FLASH-BACK. EL ARPISTA DEJA DE TOCAR. VUELVO AL PRESENTE.
Salgo de dar la clase del sketch y voy a recoger a Alba a la salida del concurso de la Coca-cola. Sonríe de oreja a oreja. Nada más llegar a casa me lee el borrador del cuento que ha escrito.
Maldita, lo ha vuelto a hacer.
Me temo que voy a tener que sobornar al jurado para que no pase de la tercera plaza.
Lo que cuesta que los hijos te sigan respetando.
Seguiremos informando.
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