A la salida de la peli de Fincher me pregunto si realmente las redes sociales funcionan sólo porque “son guays” y permiten saber si la primera novia (la que te llamó gilipollas antes de plantarte) sigue aún soltera. Supongo que depende del círculo de amigos de cada cual. Los míos son más bien de recomendar cosas. Canciones. Vídeos de canciones. Vídeos graciosos. Vídeos curiosos. Trailers y escenas de películas que les han gustado mucho o nada. Incluso algún libro de vez en cuando (Berto: estoy en ello con la trilogía, ya te contaré).
Es un lujo tener un facebook así, cada día salgo de él sintiéndome mejor persona. Claro que, al mismo tiempo, me hace sentir un nauseabundo gorrón, porque a mí me cuesta mucho compartir mis aficiones. No, no es que me cueste: es que no sé, en serio. Recomendar no es fácil y yo siempre meto la pata. O escojo mal el producto o me equivoco de receptor. Una vez le recomendé “Inland Empire” a mi vecino. Es vendedor de toldos. Apenas nos conocíamos, salió el tema del cine, yo acababa de ver la peli, estaba abducido y le dije que era estupenda. Rara, compleja, sí, pero fascinante, el tipo de cine distinto que te hace pensar. Supongo que el pobre hombre vio en mis crípticas palabras una posibilidad de redención, un faro entre la sombra cotidiana de tanto toldo. Cuando se fue a sacar las entradas, mi mujer me dijo: “No volverá a pedirte consejo”. Y no lo ha hecho. Ya ni nos hablamos.
Recomendar debería ser una carrera obligada para todo el mundo. Ciencias de la Recomendación. Mis amigos sacarían matrícula de honor y yo repetiría curso.
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