En uno de mis chistes favoritos de Eugenio, un amigo le pregunta a otro cómo lo hace para conservarse tan joven.
-No discutiendo con nadie.
-Hombre, por eso no será.
-Pues no será por eso.
No a todo el mundo le funciona. Hay personas encantadoras que para sentirse vivas por dentro necesitan batirse en constante duelo con todo aquel que esté equivocado, es decir, en desacuerdo con su opinión. Su plantilla de inicio de conversación sería algo así:
-Hola. ¿Qué te pareció “Buried”?
-No está mal.
-¿Qué? ¿Cómo demonios puedes decir eso?
A mí me ocurría no hace tanto. Disfrutaba enormemente defendiendo con salvaje virulencia mis gustos en cualquier tipo de materia: pelis, libros, televisión, ciclos de apareamiento del castor albino en los parques forestales de Oklahoma… Cualquier excusa temática era buena para tratar de imponerme en una charla. Era un gorila del Baix Maresme aporreándome los pectorales, un T-Rex sobreactuado, Belén Esteban obligando a comerse el pollo a su Andreíta. En mi etapa de furor eisensteniano, por ejemplo, creo recordar que separé la cabeza del tronco de un íntimo amigo al oírle insinuar que a “Iván el Terrible” le sobraban dos segundos de un plano. ¡Dos segundos! Qué hijo de la gran puta, mi amigo. Aún hoy me enciendo al recordarlo. Pero menos.
Con el tiempo he ido suavizando mi postura. No porque siempre esté de acuerdo con todo el mundo (lo que me convertiría en un cretino) sino porque no estoy tan seguro de no estar equivocado. ¿Nunca os ha pasado que volvéis a toparos con algo idolatrado, una peli, un tema musical o un libro, y acabáis muertos de vergüenza, hechos un ovillo bajo la butaca? Pues eso: mejor no haber decapitado a nadie en vano.
Por cierto… ¿Qué os pareció “Buried”?
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