Cuenta el sabio Salomón Guilapo que estando Joe, un erizo de setenta kilos y pico durmiendo boca arriba, despertó de golpe y, al tratar de incorporarse, descubrió que la había cagado y bien cagado, pues las aceradas púas de su espalda le mantenían inmovilizado en el suelo.
-¡Joder, qué burro soy! -pensó en voz alta-. Juro que si McFurny, el Dios de los Erizos, me concediera una segunda oportunidad, jamás volvería a cometer tamaña estupidez.
Cuenta Salomón Guilapo (Otra vez El Sabio, no el homónimo reponedor del Pryca) que oyendo al erizo lamentarse de esta guisa, decidió apiadarse de él, murmuró «¡Sea!», y Joe el Erizo se encontró de golpe sobre sus cuatro patas.
Pasaron las horas, llegó la noche y Joe convocó a todos sus amigos y familiares y les dijo:
-Queridos amigos y familiares, la cagué; me acosté bocarriba y no pude levantarme; y menos mal que McFurny dióme una ocasión de redimirme. Y voy a aprovecharla, pues muy gilipollas tendría que ser para volver a acostarme sobre la espalda después de lo ocurrido.
Todos le aplaudieron y vitorearon su nombre repetidas veces (concretamente dos: «Joe, Joe!»), y cuenta el sabio Salomón Guilapo que había lágrimas de emoción en los rostros de los erizos. Y que bebieron y fornicaron hasta que uno dijo: dejemos estos temas espinosos y vayamos a dormir.
-De acuerdo -dijo Joe-. Estoy hecho una piltrafa, debe de ser la edad.
Y cerrando los ojos, se dejó caer de espaldas.
El Sabio Salomón Guilapo no añade moraleja alguna. Ni falta que hace.
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