Pasa el verano como un soplo y, de pronto, regreso a la normalidad. En mi lista de tareas más o menos urgentes, terminar el guión de una fantástica peli de animación, preparar unos sketches de muestra para un nuevo programa, coordinar la aventura que siempre representa una gala de premios en directo y, finalmente (parece un chiste, porque debería ser lo primero en mi lista de prioridades, pero la hipoteca manda), tratar de compaginar todo esto con el lento, complicado proceso de ir avanzando en mi nueva novela.
¿Sabéis lo más sorprendente? Que todavía encuentre energías para este blog y para mis dibujitos. Este es el último. Un alter ego mío (no de Vitruvio, sino del Maresme) atrapado en el tiempo. A Bill Murray se le repetía hasta la saciedad el mismo día. Yo tengo que hacer malabarismos para gestionar las pocas horas que tiene un reloj. Y añadir al trabajo y a la creatividad una larga lista de cosas superfluas: comer, dormir, mi mujer, mi hija, todo eso. A veces me detengo a tomar aliento en pleno ojo del huracán y pienso: ¡Dios, menos mal que todavía no me he enganchado al twitter!
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